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sábado, 17 de mayo de 2014

Los boliches, los adolescentes y el alcohol

Los boliches, los adolescentes y el alcohol

DIARIO EL LITORAL DE SANTA FE  http://www.ellitoral.com/

Dr. Juan Carlos David

La epidemiología es la parte de la medicina que, en una definición poco académica pero práctica, estudia el porqué se enferman los pueblos, la causa de la enfermedad, y sugiere las maneras de paliarla. El pilar fundamental de dicha práctica es la llamada tríada ecológica, en la que sus vértices son: el ambiente, el huésped y el agente agresor.



Coincidiremos en que nos enfrentamos con una epidemia de abuso de alcohol (agente agresor) en los adolescentes (huésped), fundamentalmente en un medio que son los boliches y sus alrededores (ambiente).
Esa tríada explosiva es el porqué de las agresiones físicas (traumáticas o de índole sexual), de los accidentes automovilísticos, y de una buena parte de los embarazos no deseados.



Durante largo tiempo estudié la problemática siguiendo el método deductivo (de lo general a lo particular) pero cuando lo hacía al revés, el comentario de los padres de los adolescentes implicados en algún problema de los antes mencionados, era de incredulidad frente a la conducta de sus hijos. Obvio es que el primer análisis de dicha actitud es interpretarla como defensa natural de padres, pero ahondando me pregunté:

a) por qué cambia la actitud y conducta de un adolescente en un ambiente determinado, frente a la influencia de un agente (el alcohol), que en otro ambiente genera sueño, sopor o indolencia;

b) qué potencia la acción del alcohol cuando los adolescentes se encuentran en grupo (fundamentalmente de ambos sexos), que lleva a la pérdida de todos los valores morales y de crianza;

c) por qué las dos premisas planteadas anteriormente alcanzan su clímax en los boliches donde concurren a divertirse.

Se aclara que me refiero exclusivamente al alcohol, por ser dicha droga, en mi entender, el principal peligro para la juventud, y que ni sumando los peligros de las otras en su conjunto (excepto el paco) llegan a la mitad de sus consecuencias peligrosas.



La ironía de esta situación es que el ciudadano común, al ser una droga de uso universal y diario, la ha desplazado como riesgo personal o familiar, incorporándola a la mesa familiar, como se hace con la sal o el pan. Es justificado entonces que un adolescente (o preadolescente) no tome como riesgoso un hábito familiar tan arraigado. Incluso su iniciación se hace en dicha mesa familiar, siendo común el escuchar: “le pongo un poquito para cortar la soda” (si se trata de vino), o: “hacía tanto calor y la cerveza estaba tan fresca” (sic).

Pero el tema de este artículo, no está en el análisis del origen de las adicciones, fruto en gran parte de determinadas formas de crianza, ni de valorar cuál droga es la más peligrosa. Lo que nos interesa analizar es el ambiente mencionado anteriormente (los boliches) como incubadora de acciones que interesan y afectan a toda la comunidad. Es allí donde es posible una acción de gobierno destinada a controlar, o disminuir, la incidencia de esta epidemia.

Considero pueriles, o por lo menos insuficientes, las medidas respecto del horario de entrada o salida, así como hora determinada para el consumo de alcohol o energizantes (juntos son dinamita). Es más: pueriles, insuficientes e imposibles de controlar (nunca dictes una ley u ordenanza municipal que no puedas hacer cumplir).

El ser humano, cualquiera sea su edad, regula su equilibrio interior mediante un sistema nervioso denominado neurovegetativo. El equilibrio externo, el social, lo hace a través del sistema nervioso llamado de la vida de relación, a través de sus sentidos, oído, olfato, tacto, vista y gusto. Ellos, sumados a nuestro temperamento (innato) y a nuestra forma de crianza y educación, generan el carácter y nuestras conductas frente a nuestros semejantes viviendo en sociedad.



Cualquier elemento que altere nuestros sentidos perturbará nuestra conducta, pues son ellos los que nos relacionan con el medio. Esa perturbación puede exteriorizarse de diferentes maneras, relacionado con el ambiente en el que estamos o con las motivaciones internas de ese momento. Ejemplos: en el medio familiar, como somnolencia; entre amigos, con belicosidad; con mujeres, con aumento del deseo sexual.

El sexo femenino (en este momento peligrosamente adelante en la ingesta alcohólica) se comporta de igual manera (obviamente invirtiendo el género involucrado). Estos ejemplos deben ser tomados, por supuesto, con relatividad. Lo que no es relativo es el comportamiento de acuerdo al grado de alcoholemia: la primera fase es la denominada la fase de león: soy capaz de cualquier hazaña: conquisto como Brad Pitt, conduzco como Fangio, peleo como Monzón, etc. La segunda fase es la de cordero: soy bueno como la Madre Teresa, perdono a todos como el Papa, lloro por mis acciones indebidas, y la tercera es la del chancho: vomito, defeco y orino en cualquier parte. Cada una de las fases se alcanza y se potencian dependiendo de la tolerancia individual al alcohol y el uso o no de coadyuvantes, como las bebidas mal llamadas energizantes.

El ambiente de los boliches es exactamente igual en todos: pese a la ordenanza municipal sobre número de usuarios y metros cuadrados, están dispuestos de tal manera, que favorezca la fricción entre los cuerpos, ni hablar en la zona de baile (sentido del tacto agudizado).

Las luces merecen una consideración especial: al ser el sentido de la vista tal vez el fundamental en ese tipo de relación entre personas, es alterado por tres sistemas: intensidad, alternancia de ubicación y colores, siempre en un ambiente de penumbra uniforme como base fundamental. Con ello se consigue confusión de imágenes y por ende mental. El ruido generado (algunas veces también la música propalada) arremete contra el sentido de la audición, alterando también el de los vecinos al boliche. Finalmente el sentido del olfato agredido por el humo, los perfumes y olores afines, funciona como frutilla del postre. Todo lo antes dicho, contribuye en su deliciosa mezcla, a que el más sobrio y educado de los parroquianos, se convierta en personaje digno de páginas policiales.



¿Cuál sería (a mi entender) un procedimiento correcto para siquiera moderar las consecuencias de soberano cóctel?

1) Consenso intermunicipal y comunal sobre las medidas a adoptar (para evitar migraciones).

2) Catalogar los boliches (para correcta información de los padres) en tres categorías: A; B, y C.

Categoría A: ambiente libre de alcohol y energizantes, iluminación de base correcta, sonorización acorde. Ambiente libre de humo, con espacio de baile adecuado al numero de admitidos. Edad de admisión de l3 a l6 años.

Categoría B: expendio de alcohol en horario determinado, persistiendo la prohibición de energizantes. Iluminación y sonorización, de acuerdo a normas escritas. Edad de admisión de l6 años en adelante.

Categoría C: límite mínimo de edad: 18 años. Sin límites de nivel lumínico, pero sí sonoro.

Obvio es que no se especifican la cuantificación de nivel lumínico, ni decibeles, por desconocimiento del autor de esta nota. Lo que sí creo, es que puede desarrollarse un monitor automático, inviolable, que permita la detección de una violación a la norma.

El expendio de alcohol en la categoría que lo prohíbe, es fácilmente verificable. Aparte de sus ventajas, permitirá también a los padres saber adónde van sus hijos a divertirse, y autorizarlo o no de acuerdo a su sapiencia.

Soy, en todo lo concerniente a delitos de cualquier tipo provocado por adolescentes, partidario de la corresponsabilidad de los padres, variando el grado de la misma de acuerdo a la equidad del juez, pero imponiendo penas a los mismos.

Uno de los grafitis del mayo francés, decía “Prohibido prohibir”. Con esta categorización propuesta, damos a los adolescentes y a los padres la oportunidad de elegir, si su deseo es solamente de diversión, o subyace otra intención encubierta

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